Cuando tenía 16 años vivía en un mundo paralelo. Poco me importaba a mí y a mis amigos lo que pasaba con el país. Hasta que en ese año, vimos como muchos de los más cercanos empezaron a emigrar, a irse a España, Italia y otros tantos países. Hasta que en ese año nos contaban que "había crisis". Y vimos gente quedarse sin trabajo, sin esperanzas, sin rumbo. Y vimos como la pobreza crecía. Pero tenía 16 y era parte de una generación que no le importaba al Estado.
Después conocemos la historia. Más allá del lugar donde uno se pare, la conocemos. El país cambió. La Argentina cambió. Y los jóvenes cobraron protagonismo. Lo volvieron a hacer. Desde las escuelas, las universidades, los partidos, las organizaciones civiles, desde la Iglesia, desde cualquier lado. La juventud está presente. Y más allá de que los medios opositores se empeñen en aplacar esa pasión juvenil, allí están.
¡Qué distinto hubiese sido el 2001 con una juventud tan importante como la que vemos ahora! Y recuerdo más aún: mi primer voto fue en el 2003, en las presidenciales. No quería saber nada. Y terminé involucrado en el proceso histórico transformador más importante de las últimas décadas.
Ampliar la participación, hacer más grande el concepto de ciudadanía, no tener miedo a los jóvenes, no tener miedo al cambio. A veces tenemos que buscar las premisas que engloben los procesos y dejar de lado la crítica sin asidero. Apoyar el voto a partir de los 16 es decirle a los más jóvenes que formen parte activamente del rol que la sociedad les pide, ni más ni menos.
"A los jóvenes les digo sean transgresores, opinen. La juventud tiene que ser un punto de inflexión del nuevo tiempo". Néstor Kirchner.
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