Lo amplio y poco específico de los reclamos en Plaza de Mayo el jueves, de acuerdo con las aisladas entrevistas periodísticas a los manifestantes, no debería tener relación con la intensidad del desprecio hacia el gobierno nacional y la fuerza política que lo sostiene. Sin embargo, así es. ¿Por qué tanto desprecio? Por que no se trata de reclamos puntuales, como puede ser el pedido de la CGT de Moyano para subir el mínimo no imponible, o una marcha espontánea tras un crimen donde los vecinos reclaman, concretamente, seguridad. Sino que se trata, en este caso, de una impugnación total y visceral, desde una posición ideológica que se asume como la principal antagonista a la visión ideológica del kirchnerismo.
Que en los cacerolazos no haya oradores ni banderas políticas muestra la carencia, más que la virtud, de ese sector social: no pueden canalizar sus reclamos a través del sistema institucional. Bah, en realidad, lo que no pueden en esta etapa del país es juntar mayorías, persuadirlas, enamorarlas, como sí logró y logra, ahora, el kirchnerismo.
La visión ideológica de los cacerolos tiene un fuerte sesgo antipolíticamente correcto. Esa es, simultáneamente, la potencia del cacerolazo y su limitación. Es decir, puede juntar al que quiere irse a Miami con dinero negro junto al que sufrió un asalto la semana pasada. Esa es su potencia. Pero ése es su límite, por que para cambiar el gobierno se necesita, además de respetar los plazos institucionales, un candidato, una plataforma, un partido político.
El rechazo a que participen partidos políticos, a que se consensúe un petitorio y un documento de síntesis, de manera de poder, en definitiva, concretar sus reclamos, tiene que ver con la visión de esos mismos cacerolos de que la oposición no está a la altura de las circunstancias.
Y tiene que ver, además, con una anomalía de nuestro sistema político: la visión conservadora que se opone al kirchnerismo no es expresada por los partidos políticos de la oposición sino, principalmente, por las corporaciones, como el caso del Partido Clarín, un grupo empresario que se arroga la facultad de estar por encima de las leyes, aunque se les van agotando los plazos y, por ende, la arrogancia de la paciencia, dado que el 7 de diciembre es el plazo donde la Corte Suprema ya no puede estirar más el incumplimiento de la ley de medios, y consecuentemente el Grupo Clarín deberá desmonopolizarse.
Los cacerolos han comprado esa visión antipolíticamente correcta de que los partidos políticos opositores no deben conducir las legítimas protestas contra el gobierno nacional. El problema es que así los cacerolos se condenan a la eterna impotencia política, al tiempo que dejan el terreno virgen para que sean las corporaciones enfrentadas a Cristina por sus intereses privados los que conduzcan el descontento radicalizado de un sector, hoy día, muy minoritario.
En ciertos círculos sociales, insultar con pasión a la Presidenta se considera normal. Esos círculos sociales son cerrados, exclusivos y muy minoritarios, pero se consideran a sí mismos como los propietarios de la verdad. Son, después de todo, los propietarios de las cosas. El problema es que esas posiciones ultras, traducidas al sistema democrático, recogen, apenas, porcentajes mínimos de adhesión.
La movilización tuvo un hilo invisible que unía a los manifestantes: el rechazo a la idea de igualdad. Ese rechazo, que queda feo expresar de manera clara, se traduce, en realidad, en insultos a los trabajadores precarizados o desocupados que reciben planes sociales, porque, piensan de sí mismos los cacerolos, los que reciben planes sociales no se esfuerzan como ellos, para trabajar o para estudiar. Como si ser albañil no requiriera más esfuerzo que ser martillero público. Como el sentimiento primordial es el desprecio, y cierta soledad política que deriva en la impotencia, los cacerolazos fueron, también, un llamado de atención para los partidos políticos opositores.
Se les está exigiendo radicalizarse, oponerse con mayor frontalidad y eficacia.
Sin embargo, este planteo es, a los usos que se propone, completamente errado.
La clave del proceso político en el campo opositor no radica en quién es el principal antagonista a Cristina, sino que se trata de observar qué sector o candidato puede “robarle” una porción del electorado a Cristina.
Claro que para las elecciones presidenciales falta un montón, tres años. En Argentina, son siglos. Y antes están las elecciones legislativas. Pero a las corporaciones esto no les interesa, por que su lógica, defensiva, es otra. Es esmerilar al gobierno para que no tenga poder frente a ellos. Ese es el verdadero conflicto. El de las corporaciones con el gobierno.
Y es a las corporaciones a las que les interesa dividir, profundizar la ruptura y crispar el discurso de manera tal de que no termine quedando claro qué es lo que la derecha propone y, además, de manera de encubrir los reclamos de las corporaciones, con una pátina de encanto popular que hoy están lejísimos de conseguir.
(*) Por Lucas Carrasco | Publicado en Diario Crónica
No hay comentarios:
Publicar un comentario