Corría el 2003. Años complicados en la Argentina. La crisis social y económica más grande de la historia del país se había desatado y parecía no tener control. En el medio, elecciones. Y un presidente electo con un porcentaje mínimo. Incertidumbre. Pero lo dijo bien claro aquel 25 de mayo de 2003 en su discurso inaugural: "No voy a dejar mis convicciones en la puerta de la Casa Rosada".
Néstor. Nuestro querido Néstor. Con que pocas palabras nos llegaba directo al corazón. Soy parte de esa juventud que lo adoptó como una guía de lucha, trabajo y revolución. Digan lo que digan. Piensen lo que piensen. Néstor nos enseñó que no importa llegar al lugar más grande de todos si en el fondo uno está traicionando todo lo que es, lo que le enseñaron a ser, lo que uno se formó para ser.
Tener convicciones en estos tiempos parece algo raro. Al menos causa sorpresa que ante tanto interes corporativo, económico, político, social, una persona, sea el presidente o el obrero del barrio, pueda decir que NO. Pueda decir lo que piensa. Pueda plantarse y no moverse de su camino. Pueda, a pesar de todo, continuar la senda de la verdad.
Hace unos días me tocó hacer uso de esa gran frase que nos dejó Néstor: "No dejar mis convicciones". Fue en mi trabajo. En un diario muy conocido de la Argentina. Donde pretendían que todo lo que construí, lo haga un lado. El tiempo es sabio. Se encargará solo de las cosas injustas. Yo no me hago problema por eso. La hipocresia, la mentira, la falta a la razón, la locura, tiene su fin. Y ahí. En ese momento. Donde todos volveremos a ser iguales. Ese día entenderemos que no hace falta ser lo más, sino podemos ser lo menos.
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